Selección de poemas del libro Velorio del solo, Nueva Expresión, Buenos Aires, 1961.
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Especialmente anda preocupadopor el tiempo, la vida, otras cositas como ser
morir sin haberse alcanzado a sí mismo. En esto era tenaz y los días de lluvia
salía a preguntar si lo habían visto
a bordo de unos ojos de mujer
o en las costas del Brasil amando su estampido
o en el entierro de su inocencia (muy particularmente). Siempre tuvo palabras o pálidos y pobres pedazos
de amores sin usar, de grandes vientos,
trece veces estuvo por entrar a la muerte
pero volvió, de acostumbrado, decía. Entre otras cosas quiso
que alguno más entendiera este mundo
con lo que horrorizaba a la propia soledad. Hoy lo velan tan espantosamente aquí mismo,
entre estas paredes por las que resbalan todavía sus
puras maldiciones,
desde su rostro cae el ruido de las barbas aún vivas
y nadie que lo huela
llegará a imaginar cómo deseaba gozar con el misterio
del amor inocente,
darle agua a sus niños. Mientras devuelve la piel y los huesos prestados al
descuido
mira a lo lejos su figura y se persigue
por lo cual sin duda pronto
va a empezar a llover. — Tiempo Perro de mí, me arrojo de comer
olas de oro, cristales, esmeraldas humanas,
las ciudades que tiemblan más allá de estos limites
estallan como fósforo en los mares nocturnos,
rostros de amor más grandes que este amor
eléctricos se encienden se apagan adelante,
los navegantes de la sombra
hemos crecido hasta mil años de gana de vivir,
moriremos pequeños y paciencia,
apenas aprendices del amor. — Taquicardía Con olor a tabaco va y viene del amor bajo la lluvia de abril, la ternura le interesa, le hace señas a toda la que vendrá por ver si apuran, allá quisiera arder, aunque sea acostarse, a veces se impacienta, se va se va sin dar tiempo a arreglar cuestiones últimas, ché, corazón. — Arte poetica Entre tantos oficios ejerzo éste que no es mío, como un amo implacable me obliga a trabajar de día, de noche, con dolor, con amor, bajo la lluvia, en la catástrofe, cuando se abren los brazos de la ternura o del alma, cunado la enfermedad hinde las manos. A este oficio me obligano los dolores ajenos, las lágrimas, los pañuelos saludadores, las promesas en medio del otoño o del fuego, los besos del encuentro, los besos del adiós, todo me obliga a trabajar con las palabras, con la sangre. Nunca fui el dueño de mis cenizas, mis versos, rostros oscuros los escriben como tirar contra la muerte. — Foto En la fotografía que tus ojos vuelven dulce hay tu rostro de perfil, tu boca, tus cabellos, pero cuando vibrábamos de amor bajo el oleaje de la noche y el clamor de la ciudad tu rostro es una tierra siempre desconocida y esta fotografía el olvido, otra cosa.
VELORIO DEL SOLO – Nueva expresión, Buenos Aires, 1961