Parece, según noticias de buena fuente, que de un tiempo a esta parte, no es nada fácil dar con vos personalmente. Siempre fuiste un poco jodón, pero en este caso estoy convencido de que no tenés la culpa de que los amigos no puedan tomarse un vinito con vos, y como no soy rencoroso te escribo, Paco, con la seguridad de que muy pronto has de cambiar de conducta y no solamente aceptar visitas sino incluso devolverlas. A la espera de todo eso te voy a hacer rabiar un poco, porque si a vos no se te puede ver resulta que a otros si, y a lo mejor te divierte que te cuente como me las arreglé en Quito hace apenas dos meses, para ir a pegarle un abrazo a Jaime Galarza. Yo a este punto ya lo conocía de París, no personalmente pero allá, lo sabés de sobra, somo muchos los latinoamericanos que se juntan y hablan y por ahí van saliendo algunas cosas, pavaditas, claro, no vamos a exagerar. Y los ecuatorianos me habían contado cosas de Galarza, yo lo había leído y de golpe zás, El festín del petróleo. Nada, doscientas páginas poniendo en claro lo que a mucha gente le interesaba mantener oscuro, el invariable escamoteo de una riqueza casi increible, pactos y contratos y consorcios y cualquier cosa menos petróleo del Ecuador para los ecuatoriños. Vos te imaginás las consecuencias del libro: por un lado la edición que se agota antes de que haya tiempo de secuestrarla, y por otro una maquinita bien montada, Jaime Galarza a la cárcel como”cómplice intelectual” de una operación más bien movida en un supermercado. Todas estas cosas se repiten tanto que uno tiene la impresión de estar contando siempre lo mismo, en todo caso si te aburrís chiflame. Lo fuí a ver, y resultó más fácil de lo que pensaban algunos. Fuí con la rubia Mireya (como irrespetuosamente la llamaste vos alguna vez a mi compañera), porque esta lituana loca no es de las que me deja ir solo a lugares de mala fama. Y como mala, es mala, algo sabés de eso, te sacan el pasaporte a la entrada y vos pensás que por ahí se les pierde, esos descuidos penosos. A Jaime lo encontramos con otros huéspedes del hotel y algunos amigos, entre ellos por extraña coincidencia un periodista que visitaba a otro detenido y que al día siguiente dió la noticia a tres columnas, cosa que te probará la utilidad de esa clase de circunstancias. Hablamos largo de Festín y de otros petróleos de este continente, yo aprendí algunas cosas que acaso serán útiles cuando vuelva a Francia, y además, hubo todo eso que hoy no puede haber entre vos y yo, ese quedarse callados, mirándose como nos miramos los amigos, con esa mirada que no tendrán nunca los que nos separan. Me fuí, claro, pero me fuí sabiendo que de alguna manera no me iba, y que también Jaime se iba conmigo en esa zona del corazón que está para siempre a salvo de los cercos, las rejas y el odio. Cambiamos un par de libros y abrazos, la rubia Mireya organizó como sólo ella sabe hacerlo un sistema perfecto de postes restantes, revistas, publicaciones y antibióticos para la muchachada de a bordo. A mi pasaporte no le faltaba ni un sello a la salida, y más bien pienso que tenía uno de yapa. Ahora sé quién es de veras Jaime Galarza, ahora me siento más fuerte porque su prisión, las cicatrices de la tortura en sus muñecas, serán como tantas otras cosas, parte de mi fuerza. Y si te cuento esto, Paco viejo, es porque sé que te gustará leerlo y que para vos será como si te hubiera visitado, como si también vos y yo hubiéramos fumado juntos un rato, mirándonos con nuestra sorna de porteños. Y también porque otros leerán esta carta, cerca o lejos de vos, y comprenderán que de alguna manera quise estar con todos, y que mi abrazo con Jaime es el que todos nos damos y nos daremos siempre, hoy de lejos, mañana en esa calle abierta en que nos encontraremos para seguir el largo, necesario y hermoso camino que lleva a nuestro sueño.
Julio-
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